25 mayo, 2025 22:19
Por MM – Especial para C24N
En Concordia, la política del garrote volvió a mostrar su cara más cruda y más torpe. Un grupo de recicladores informales —trabajadores que dignamente colaboran con el ambiente y subsisten con esfuerzo— fueron desalojados sin previo aviso por un operativo conjunto entre patrullas provinciales y la Guardia Urbana municipal – de actuación cohercitiva ilegal-, en un accionar de legalidad dudosa y con fuerte impronta represiva.
Sin planificación, sin alternativas, sin diálogo: palo y a la calle. Pero claro, al día siguiente y ante el escándalo, el mismo municipio reculó en chancletas y les prometió a los trabajadores su reingreso. Todo eso en apenas 48 horas. Improvisación, cinismo y un modelo político que se parece cada vez más al nacional.
La excusa oficial fue una «regularización del predio», aunque ni el propio intendente Francisco Azcué pudo explicar qué uso urgente se le daría a ese terreno, ni cuál era el supuesto impedimento legal. Lo cierto es que el operativo tuvo más de show que de gestión.
Y no fue casual. Las cooperativas de recicladores en cuestión estarían vinculadas —según se dejó trascender desde el mismo entorno municipal— con espacios ligados al dirigente social Juan Grabois. Y eso fue suficiente: a los ojos del marketing electoral libertario, había que mostrar «mano dura contra los vagos», aunque fueran trabajadores. Aunque hicieran lo que el Estado no hace: limpiar la ciudad.
Lo que ocurrió en Concordia no es un caso aislado: es una postal calcada del guión político que baja desde la Casa Rosada. La lógica es clara: estigmatizar a los sectores más vulnerables, vincularlos con algún «enemigo popular» (piqueteros, cooperativistas, militantes sociales) y luego avanzar con violencia institucional. Eso sí, cuando la realidad golpea de frente y el conflicto muestra su complejidad, se baja el tono, se desactiva la represión, y se vuelve al diálogo —sin cámaras ni patrulleros esta vez—.
Francisco Azcué, hoy intendente, fue promovido como la cara «joven y moderna» del espacio de Rogelio Frigerio. Pero su gestión parece más bien un espejo de las peores prácticas: falta de planificación, represión innecesaria, desprecio por los sectores populares y uso de la violencia estatal como espectáculo político.
El desalojo fue rápidamente aplaudido por algunos sectores afines a Patricia Bullrich, la ministra de Seguridad nacional y principal exponente de la “mano dura”. No sorprende: Frigerio y Azcué comparten no solo listas y alianzas, sino también una visión política donde el Estado solo existe para castigar a los de abajo y rendirse ante los de arriba.
Mientras tanto, la economía local se encuentra paralizada. El municipio contrata a dedo y terceriza la limpieza solo en sectores céntricos, mientras barrios enteros se hunden en el abandono. No hay desarrollo productivo, no hay generación de empleo genuino, pero sí hay recursos para patrulleros, gas pimienta y titulares rimbombantes, es un secreto a voces que en provincia y municpio los gastos en publicidad oficial y encubierta alcanza límites escandalosos.
Este accionar no solo es ineficaz: es discriminatorio. Porque no se observa la misma severidad con empresas que ocupan el espacio público, ni con concesionarias que cobran peajes sin dar servicio, ni con grupos económicos que despiden a cientos sin miramiento.
Lo grave es que este tipo de medidas se aplauden desde sectores de clase media que —por ahora— no han sido alcanzados. Pero que no se confundan: el 90% de los concordienses integra el mismo grupo vulnerable que hoy fue perseguido y mañana puede ser desplazado. Hoy fueron recicladores. ¿Mañana quién?
El desalojo de los recicladores es una muestra cabal de cómo se gobierna con slogans y no con ideas. Se genera un conflicto, se lo explota políticamente, se busca sacar rédito en redes y medios como Infobae, y cuando la realidad se impone, se improvisa una marcha atrás.
Así no se gobierna. Así se destruye el tejido social. Y peor aún: se instala una cultura de la discriminación con beneplácito oficial, donde castigar a los más débiles parece ser la única política pública sostenida en el tiempo.
Como sociedad, debemos preguntarnos: ¿cuánto más vamos a tolerar que se haga política apaleando pobres mientras se protege a los poderosos? Porque lo que pasó en Concordia, bajo la gestión de Azcué, con el aval silencioso de Frigerio, venia felicitatoria de Bullrich y Milei, no es un hecho aislado. Es un modelo. Y ya lo estamos viviendo.